La red es realidad. AFK ya no es un escape. La fantasía de “la vida real”, como un espacio intacto y puro, fue una mentira mucho antes de ser una estrategia de mercado. La logística de la percepción ya ha sido mapeada, indexada y monetizada.
Estar Crónicamente Online no es una patología: es el resultado inevitable de un sistema que te necesita más de lo que tú lo necesitas a él. El problema no es estar online, sino cómo han estructurado esa condición en tu contra.
La hiperconectividad dejó de ser solo una condición técnica para convertirse en campo de disputa. Se reconfiguró el espacio informacional como un entorno donde la percepción, la emoción y la conducta son intervenidas en tiempo real: guerra cognitiva. El cerebro no es solo una interfaz: se ha convertido en infraestructura crítica, blanco de operaciones diseñadas para instalar ciclos de ansiedad, loops afectivos y narrativas de impotencia.
El doomscroll no es un acto pasivo sino una función, un proceso, una forma procesual de participación donde la interacción es indistinguible de la desesperación. Es la forma en que el algoritmo metaboliza el colapso en reacción indexada, refinando el desastre en comportamiento predecible. Asegura que la imposibilidad de la acción se experimente como un fracaso individual, que el peso del colapso planetario lo absorba tu atención y no las infraestructuras que lo causan. El doomscroll no es solo ansiedad o noticias: es un proceso de exposición sostenida que altera ritmos neurológicos y condiciones de agencia. Una maquinaria de desgaste con efectos concretos.
Es urgente distinguir entre estar conectados y ser arrastrados. Lo primero implica intención, lo segundo es captura. Cuando hablamos de habitar lo online, hablamos de navegación activa, de vínculos entre nodos que no responden al protocolo del feed. Ninguna crítica al aislamiento es válida si no considera la necesidad de rehacer lo común. No alcanza con reconfigurar los sistemas; hay que reconfigurar también los cuerpos. El retorno a lo presencial no es nostalgia, sino interferencia. Espacios compartidos, sincrónicos, impredecibles, capaces de romper el régimen algorítmico de la afinidad infinita.
Desconectarse no es resistencia; es una ausencia gestionada, una ilusión de autonomía que no altera la arquitectura subyacente. La escotilla de escape no lleva a ninguna parte. Cerrar sesión es solo otra forma de mantener intacto el sistema, de delegar el problema en quienes siguen atrapados adentro. No hay pureza en la retirada, solo un reposicionamiento táctico dentro del mismo terreno. El feed continúa con o sin ti.
La red no es la plataforma. La plataforma no es la infraestructura. La infraestructura no es inevitable. Lo que viene después no es un regreso a un internet pre-plataforma; no hay ninguna utopía perdida que recuperar. Lo que viene después es una arquitectura que no se construya en torno a la captura, sino en torno a la navegación. No se trata de estar menos online, sino de ser menos extraíble. No de ser invisible, sino de ser ilegible para los sistemas que necesitan legibilidad para funcionar.
Crónicamente Online no es un estado del ser, es un conjunto de condiciones impuestas. No es un fracaso personal, es una inevitabilidad de psicosis y alucinaciones diseñadas. La respuesta no es ni la rendición ni la desintoxicación. Es una reconfiguración calculada de la interfaz, un ajuste de la percepción que hace que el feed deje de ser útil como mecanismo de control. El objetivo no es abandonar la red, sino hacer la red ingobernable.